Por Dr. Salam Al
Rabadi*.
Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. 7 febrero
de 2021, Argentina.
No existe un método científico que permita
predicciones precisas sobre el futuro del sistema global, ya que todas las
propuestas que indican y predicen el declive o el ascenso de las potencias
mundiales siguen estando sujetas al debate y a la incertidumbre. En
consecuencia, la crisis de la pandemia “Covid-19” logra volver a plantear
interrogantes sobre el equilibrio del poder global, pero aquí debe tenerse en
cuenta (contrariamente a lo que es común entre muchas élites académicas) que
los cambios a nivel de las relaciones internacionales, ya no están sujetos en
gran medida a un juego de suma cero (Juego sin suma no cero).
Aquí hay que llamar la atención
sobre el hecho de que esta disminución se debe al cambio en la naturaleza del
orden mundial, más que a la debilidad militar o política de los Estados Unidos
(o ambos). A medida que este sistema se ha vuelto no polar, y esto
inevitablemente, no sólo es el resultado del creciente poder de otros países y
del fracaso de los Estados Unidos (que sigue siendo la mayor comunidad única de
poder) para gestionar el sistema global, sino que también es una consecuencia
inevitable de esta serie de cambios profundos que han afectado a la estructura
de la sociedad global. Por lo tanto, todas las
repercusiones de la pandemia “Covid-19” llegaron a confirmar la verdad y el
realismo de estos cambios.
A la luz de lo anterior, las
relaciones internacionales contemporáneas se basan en un patrón de poder
distribuido en lugar de concentrado. Por lo tanto, muchas potencias dependen de
este patrón para su bienestar económico y estabilidad política. Por lo tanto,
estas fuerzas lógicamente no favorecen confrontar y perturbar un régimen
que sirve a sus intereses, ya que hay una intersección y entrelazamiento de
influencia. En consecuencia, este es un patrón en el que los Estados Unidos
siguen desempeñando un papel central que trabaja para reducir los conflictos
entre las principales potencias y que, definitivamente, producirá soluciones
basadas en ecuaciones distintas de cero.
Sin embargo, con todos estos
hechos lógicos, no podemos ignorar los signos de interrogación:
¿Cómo se estabiliza la
verdadera influencia del poder de los Estados Unidos, no estabilizada por más
de 20 o 25 años?
Y a juzgar por la conclusión
basada en la extrapolación de las causas de la caída de los imperios y la
realidad de la política global actual, es evidente que la disminución relativa
a largo plazo del poder de los Estados Unidos continuará independientemente de
los intentos de restaurarla. En consecuencia, la cuestión lógica puede
convertirse (al menos en el ámbito de la investigación científica y académica):
No si China se convertirá en la
primera superpotencia del mundo, sino ¿cuándo?
En conclusión, aunque tratemos
de no entrar en el enfoque empantanado de investigación de cuestiones
estratégicas fundamentales relacionadas con la predicción del futuro de las
potencias mundiales, parece que no hay escapatoria para nosotros de
sumergirnos en medio de estos pantanos. Estos llevan en cada una de sus
profundidades el placer adicional de extrapolar el futuro de las relaciones
internacionales. En consecuencia, con respecto a China y en el caso de que
trascendamos algunos de los conceptos académicos antes mencionados, el profundo
e importante atolladero estratégico académico que debe ser buceado (que muchas
élites políticas y académicas evitan de profundizar) es:
¿Realmente China quiere (o está
pensando) en asumir la responsabilidad de liderar el mundo? y si tiene este
deseo, ¿está listo para hacerlo? y ¿sirve eso a sus intereses estratégicos en
el momento actual?
Este atolladero estratégico,
según las repercusiones de la pandemia Covid-19 y los cambios que se están
produciendo a nivel de las relaciones internacionales, plantea muchas
dialécticas relacionadas con el intento de extrapolar el futuro de la política
global y de los principales actores de la misma. En medio de esta realidad,es
posible abordar la problemática de la clasificación del sistema global
relacionada con los términos unipolar,bipolar o multipolar,etc., que se han
vuelto sin sentido.
Sobre la base del realismo de
los enfoques intelectuales, parece algo difícil ver un sistema global
controlado por un polo, o incluso varios polos. Esto se debe a muchos factores
cualitativos, ya sean culturales, económicos o políticos, que se han convertido
en uno de los determinantes más importantes de las relaciones internacionales:
· No hay un solo Estado que disfrute de superioridad en todos los
elementos de poder [1].
· Las repercusiones de la era del conocimiento (cruzando fronteras
políticas, culturales y de seguridad).
· Problemas de las cuestiones medioambientales, la demografía y los
problemas migratorios.
· El ritmo de los desarrollos científicos y tecnológicos a todos los
niveles
· El entrelazamiento de la economía mundial y la multiplicidad de la
influencia de muchas fuerzas dentro de ella [2].
· Cambios en los criterios para medir la capacidad militar [3].
Por lo tanto, se puede decir
que el mundo de las relaciones internacionales está sujeto hoy a un sistema sin
polaridad, como resultado del inevitable patrón de cambios que han aumentado
las complejidades asociadas con las cuestiones de terrorismo, medio ambiente,
tecnología, medios de comunicación, virus (reales y electrónicos) y problemas
culturales, etcétera. Este patrón soporta el sistema no polar, de acuerdo con
varias direcciones, incluyendo:
· Muchos flujos tienen lugar fuera del control
de los Estados y, por lo tanto, limitan la influencia de las principales
potencias.
· Algunos acontecimientos sirven a los países
regionalmente y aumentan el margen de su eficacia e independencia [4].
·
La existencia de una enorme riqueza sujeta a
las garras de individuos y nuevas fuerzas activas.
A la luz de lo anterior, podemos decir que actualmente
estamos en una era alejada de las clasificaciones clásicas asociadas con el
término polaridad, sin mencionar la dificultad de entender plenamente estos
enormes cambios radicales en las relaciones internacionales (ya sea en términos
de la estructura de la economía global o la realidad de la política global).
Donde, ha quedado claro que la dinámica del sistema global continúa moviéndose
y complicándose.
Por lo tanto, debe tenerse en cuenta, incluso si el sistema de no
polaridad es inevitable, que merece precaución, ya que puede generar más
aleatoriedad y vacío a nivel político mundial. Por lo tanto, aquí es necesario
examinar el dilema de cómo encontrar ese tipo de equilibrio en torno a la
formación del mundo no polar. Pone esto inevitablemente en tela de
juicio el alcance de la posibilidad de un consenso mundial en torno a estos
nuevos equilibrios.
Aquí, cuando hablamos de equilibrios en las relaciones
internacionales, invocamos el hecho de que el patrón de regularidad no surgirá
por sí solo. Incluso si se deja funcionar el sistema global (no polar) de
acuerdo con su propio enfoque, eso inevitablemente lo hará más complejo y se
dirigirá hacia más caos. Esto es lo menos que se puede concluir de la
confusión sobre cómo hacer frente a la crisis de la pandemia de Covid-19 y las
llamadas guerras de máscaras médicas.
En consecuencia, la consideración debe orientarse hacia los
riesgos potenciales, ya que el orden mundial (no polar) complicará la
diplomacia política y las alianzas perderán gran parte de su importancia,
porque requieren una visión estratégica para hacer frente a amenazas y
compromisos predecibles.
Pero inevitablemente no se espera que todo esto esté disponible en
un mundo no polar. Sobre la base de eso, esos riesgos (a pesar de la existencia
de muchos problemáticas dialécticas a nivel de las tendencias de la
evolución del sistema global, que hacen que predecir escenarios futuros sea una
tarea científica desalentadora), requieren plantear interrogantes sobre
la naturaleza de las fuerzas capaces de tomar la iniciativa y sumergirse en las
profundidades de asumir la responsabilidad de liderar la política global.
Notas:
[1] El término
superpotencia única ya no es apropiado a la luz de la realidad actual de
múltiples centros de poder. Por ejemplo, China ha demostrado que Estados Unidos
no puede abordar unilateralmente el expediente nuclear de Corea del Norte, y es
el que tiene la influencia efectiva en esta cuestión. Además, la capacidad de
Estados Unidos para presionar a Irán está en gran medida sujeta a su no
conflicto con los intereses estratégicos directos de China y Rusia.
[2] Así lo
demuestran las circunstancias de las negociaciones en la Organización Mundial
del Comercio y la dificultad para llegar a acuerdos en la Ronda de Doha desde
2001.
[3] Por ejemplo,
los acontecimientos del 11 de septiembre demostraron cómo una pequeña inversión
de individuos puede inclinar escalas globales a nivel militar, de seguridad,
político e incluso económico. Del mismo modo, la victoria de Hezbolá en la
guerra de julio de 2006 (que fue lanzada por el estado de ocupación israelí)
demuestra que las armas modernas más avanzadas y caras no pueden ganar
guerras, ya que un grupo entrenado de armas ligeras puede demostrar que son
capaces de enfrentarse a los ejércitos más grandes y mejor armados.
[4] Por ejemplo,
países como India y Pakistán (y recientemente Irán) pudieron imponer su entrada
en el club nuclear, como un hecho consumado a la comunidad mundial.
* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España.
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